¿Cuáles son los tipos de violencias de género que existen? ¿Qué es el “iceberg de la violencia de género”? Conversamos con Pamela Lodola, abogada voluntaria de La Casa del Encuentro y coordinadora del Área de Incidencia en Políticas, sobre cómo opera la violencia de género en sus diferentes formas, siendo la física, la más extrema.

¿Qué tipos de violencias de género existen y cómo funcionan?

En Argentina en el año 2009 se promulgó la ley 26.485 denominada “Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales” en virtud de la cual en el art. 5to. se definió específicamente diferentes tipos de violencias contra la mujer: Física, Psicológica, Sexual, Económica y Patrimonial, Simbólica y Política (incorporada por Ley 27.533 en 2019)

Si entendemos por violencia de género toda conducta, acción u omisión basada en una relación desigual de poder que afecta la integridad física, sexual y el libre desarrollo de la vida de las mujeres, podemos afirmar que estos tipos de violencias describen de un modo no taxativo las agresiones que pueden sufrir las mujeres y comunidad LGTBIQ+ como consecuencia de la violencia sexista.

Así, podemos reconocer que en un vínculo donde media la violencia de género siempre se encontrará presente la agresión psicológica como la violencia que resulta ser el denominador común que puede verse combinado, además, con otros tipos de violencia. En tal sentido, no es verdad que siempre que exista violencia hacia las mujeres habrá violencia física, aunque también es cierto que muchas veces la sociedad entiende por ‘físico’ aquellas lesiones que causan una herida o hematoma visible. En tal sentido la ley 26485 viene a aclarar el panorama especificando que se entiende por violencia física, cualquier acto que se ejerza contra el cuerpo de la mujer, ya sea produciendo dolor, daño o riesgo de producirlo.

Lo relevante de esta explicación está en comprender que aun cuando no exista violencia física o evidencia de la misma, el Estado Argentino ha reconocido la importancia y el derecho a denunciar las agresiones y solicitar medidas cautelares de protección si la requirente así lo desea.

Asimismo, es importante reconocer el avance que esta ley ha representado, sobre todo si ponemos el foco en la violencia sexual, temática por demás compleja de denunciar, más aún cuando se ejerce en un vínculo sexo afectivo o dentro del matrimonio. Antes de esta ley y la de educación sexual e integral existía la creencia popular de que los abusos sexuales solo eran perpetrados por extraños y/o desconocidos y no se pensaba que la propia pareja, con quien en otras ocasiones se haya tenido relaciones consentidas, podía cometer tal delito.

También el reconocimiento de la violencia simbólica como una de las formas en que las mujeres reciben un trato discriminatorio y agresivo implica de por sí una evolución cultural. Cuando el Estado Nacional reconoce que la reproducción de mitos y estereotipos reafirma y reproduce estructuras desiguales de poder dentro de la sociedad emite un mensaje poderoso a los y las ciudadanos y ciudadanas, sobre todo cuando dicho mensaje se ve respaldado con mecanismos de denuncia y herramientas de protección.

¿Cómo explicarías el “iceberg de la violencia de género”?

Cuando pensamos en el concepto de la violencia de género muchas veces se lo relaciona con los casos más violentos como son los femicidios. Ahora bien, si sólo analizamos las consecuencias de la violencia sexista en razón a los resultados fatales y no profundizamos en las micro-violencias o violencias implícitas estamos dejando de lado la base del problema. El “Iceberg de la violencia” es una forma muy gráfica de comprender los motivos por los cuales esta temática es tan compleja y difícil de erradicar ya que se sustenta en creencias y conductas instaladas y naturalizadas socialmente. 

Cuando pensamos en la figura de un bloque de hielo sabemos que aquello que se ve es sólo una pequeña porción de lo que se encuentra por debajo y cuando hablamos de la violencia de género afirmamos que existen diversas conductas, acciones, omisiones, palabras, frases y “chistes” que denigran, destratan, invisibilizan, humillan y culpabilizan a un determinado género. Entonces cuando comenzamos a cuestionar y re-pensar nuestras prácticas cotidianas vemos que, consciente o inconscientemente, hacemos nuestro aporte para que las violencias de género subsistan.

¿Cómo hacemos para detectar violencias invisibles? ¿Cómo se diferencian de las visibles?

Desde el momento en que dejamos de asociar a la violencia de género sólo con actos de agresión física y comenzamos a reconocer que la violencia verbal, la humillación, el destrato, la anulación, la publicidad sexista, etc. son otros modos, quizás más sutiles, de reproducir violencia, es cuando podemos empezar a hacer visible lo que no lo era.

Existen diversas acciones o conductas que hasta hace un tiempo atrás estaban tan naturalizadas en la sociedad que no eran consideradas ofensivas, muchas veces se encubrían en forma de chistes, cuentos, mensajes subliminales o simplemente se las consideraban condiciones, cualidades o roles “naturales” o propias del género femenino y/o masculino. Así es que como sobre la base de dichos discursos o prácticas estereotipadas se va conformando un entramado social que da sustento a las violencias más visibles, que son aquellas que resultan más difíciles de ocultar o ignorar. Las lesiones físicas, los abusos sexuales, las violaciones, las amenazas, los insultos y en el extremo más alto: los femicidios.

¿Hay patrones de comportamiento que responden a las violencias de género?

Cuando analizamos la temática siempre hacemos uso del concepto acuñado por la psicóloga estadounidense Leonor Walker, quien identificó tres fases que se repiten, casi inevitablemente, en todo vínculo violento. Así como se pudo detectar que existen periodos o momentos en los que el hombre violento acumula tensión y aumenta la violencia verbal, los gritos y las peleas, también se observó que luego aparece el periodo de estallido de la tensión. En ese momento suelen presentarse las agresiones físicas, psicológicas y sexuales, para luego pasar al momento de “luna de miel” donde el hombre demuestra un aparente remordimiento y pedido de disculpas, promesas de cambio, reforzándose el mito del amor romántico y el concepto de que “el amor todo lo cura y perdona”.

Entendiendo las etapas de este ciclo podemos afirmar que existen algunos patrones posibles de detectar en las relaciones donde media la violencia de género. Los celos y el control por parte del violento son características comunes en estos casos y muchas veces ello deriva en el aislamiento social de la mujer, quien debido a esas conductas comienza a dejar de concurrir a sus espacios habituales, lugar de trabajo, estudio o salidas sociales. Generalmente también es posible notar una falta de cuidado personal en la víctima, ya que el violento comienza a criticar su forma de vestirse o maquillarse, realiza escenas de celos, acusándola de relacionarse con otros hombres o de buscar gustarle a otras personas. También es una práctica habitual para reforzar la dependencia de la víctima hacia el victimario el control del dinero. En varios casos que hemos atendido, las víctimas de violencia de género han dejado de trabajar bajo el pretexto de cuidar del hogar o de los hijos/as o simplemente porque “no es necesario” ya que el hombre “la mantiene”. La dependencia económica es uno de los obstáculos más comunes que presentan las mujeres víctimas de violencia de género para cortar el ciclo de la violencia, separarse del agresor o radicar la denuncia correspondiente.

Como vengo diciendo a lo largo de este artículo la violencia de género afecta significativamente la autoestima de la víctima, por lo cual es muy fácil detectar cómo la mujer va cambiando su conducta con su entorno. No obstante, puede ocurrir que el agresor no sea socialmente una persona que pueda ser caracterizada como agresiva, sino todo lo contrario; es común escuchar que la familia y/o amigos/as lo describan como una persona encantadora, preocupada por su familia, protector de su pareja, etc. La “doble cara” de este tipo de sujetos es lo que más desconcierta a las víctimas y resulta mucho más difícil para ellas comentarle a sus allegados/as las situaciones que viven puertas adentro de sus hogares, ya que muchas veces no les creen o ellas estiman que así será. 

¿Qué podemos hacer desde nuestros lugares?

Todas las personas podemos colaborar y hacer nuestro aporte ante la violencia de género. En primer lugar, cuestionando nuestras prácticas habituales, de-construyendo nuestras creencias, mitos y estereotipos de género y evitando ser cómplices de aquellas reproducciones de la violencia, ya sea de modo virtual como vincular. No compartir chistes misóginos o imágenes que refuerzan los estereotipos o desnudos de personas, es en la actualidad una manera contundente de ponerle un freno a la violencia.

En otro orden de ideas, si tomamos conocimiento de que una persona se encuentra sufriendo estas situaciones debemos comprometernos, prestar ayuda o manifestar estar a disposición para colaborar si ella así lo quisiera. No juzgarla, no cuestionarla y mucho menos dar indicaciones de lo que debería haber hecho o hacer, ya que ello podría ser interpretado como un mensaje que la culpabiliza. La mejor actitud que podemos tomar ante una situación así es prestar una escucha empática, amigable y atenta. Manifestar que creemos lo que nos está contando y que estaremos a disposición para ayudar en lo que necesite y desee. Ese es el principio de una ayuda exitosa.

Cuando el Estado Argentino legisló la 26.485 marcó un cambio de paradigma en la temática al afirmar que la violencia de género no es un problema privado de las partes, sino un conflicto social, público y político que amerita el involucramiento de todos los poderes del estado. Para echar luz a tal afirmación basta con leer los articulados de la normativa donde se puede observar la responsabilidad puesta sobre las personas que se desempeñen en servicios asistenciales, sociales, educativos y de salud, en el ámbito público o privada, que con motivo u ocasión de sus tareas tomen conocimiento de una situación como la que estamos analizando.

Para ir finalizando me gustaría aclarar que desde “La casa del Encuentro” nos interesa remarcar el rol importantísimo que cumplen los/as familiares, amigos/as y allegados/as en el acompañamiento de estos casos, como así también el aporte radical que constituye contar con un equipo interdisciplinario capacitado en género que desde las diferentes miradas profesionales (trabajo social, psicología y derecho) puedan asesorar, patrocinar, acompañar y empoderar a las sobrevivientes de la violencia sexista. Desde la experiencia que tenemos en la temática podemos afirma que es posible salir de un vínculo violento, por lo cual resulta necesario trabajar la resiliencia y el empoderamiento en las mujeres. 


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