En la semana del Día de las Infancias, donde volvemos a traer a la conversación a las niñas y los niños, profundizamos en un tema que nos interesa: la Educación Sexual Integral. La Ley 26.150, sancionada en 2006, establece que todas las personas que estudian “tienen derecho a recibir educación sexual integral en los establecimientos educativos públicos, de gestión estatal y privada de las jurisdicciones nacional, provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y municipal”.

La Educación Sexual Integral es obligatoria en todos los niveles y establecimientos educativos, sean estatales, privados o religiosos. Por eso, conversamos con Paz Ogando y Silvina Barbieri, licenciadas y profesoras en Psicopedagogía, docentes especialistas en Educación Sexual Integral y salud sexual y (no) reproductiva con perspectiva de género, creadoras de Consultorio ESI.

¿Por qué existe la Educación Sexual Integral? ¿Cuál es su función en la formación escolar?

En primer lugar, resulta pertinente comenzar diciendo que la Educación Sexual Integral garantiza la inclusión de la perspectiva de derechos humanos y de género en los procesos de aprendizaje. Si bien existe una creencia de que se trata de temática novedosa, surgida en los últimos años, lo cierto es que todas las personas hemos tenido, a lo largo de nuestras vidas, múltiples experiencias de educación sexual, aunque -muchas veces- no han sido identificadas como tal. En este sentido, pensemos en la ropa con que nos vistieron, los juegos y juguetes que nos acercaron, los modos de comportarnos que nos han habilitado o sancionado, las posibilidades de parejas que nos han supuesto, los deportes que nos ofertaron, las famosas charlas dictadas en las escuelas a cargo de empresas de productos de “higiene menstrual” dedicadas exclusivamente a las niñas, y hasta en los modos en que ciertos temas se omitieron y eludieron sistemáticamente, enseñándonos -también- que sobre ellos no correspondía conversar/preguntar. 

Todos estos discursos y prácticas han ido silenciosamente construyendo nuestra educación sexual, es decir, los modos en que nos constituimos como personas sexuadas y vamos configurando nuestra identidad, intereses, sentimientos, valores, expectativas, proyectos, modos de relacionarnos con nosotrxs mismxs y con otrxs y, por supuesto, también nuestros sesgos, temores y limitaciones. De allí, a diferencia de la educación sexual tradicional, la educación sexual integral (política educativa sancionada en 2006) aparece como una herramienta que viene a problematizar las visiones estereotipadas y estigmatizantes respecto de la construcción de las subjetividades y se desarrolla como una pedagogía para la toma de decisiones autónoma e informada sobre los cuerpos. Establece, de manera contundente, que la biología no es destino, que los procesos sociales y culturales signan los modos de ser y hacer de las personas y, por tanto, introduce una lente crítica que nos permite repensar(nos) para construir nuevos horizontes más inclusivos y justos.

¿Qué lugar tiene y debería tener la ESI en la educación de las niñas y los niños?

Para empezar a responder esta pregunta es necesario, primero, revisar el concepto de sexualidad que solemos tener las personas adultas, quienes identificamos sexualidad con genitalidad. De allí, entenemos la educación sexual como el desarrollo de un conjunto de contenidos que abordan los cambios corporales en la pubertad, los sistemas genitales y las relaciones sexuales, que se suelen dictar en el marco  de las clases de Biología en el curso de la escuela secundaria. La educación sexual abordada desde una perspectiva integral (ESI) propone una mirada más amplia sobre la sexualidad y -en consonancia con los lineamientos de la OMS- la define como una de las dimensiones constitutivas de la persona, relevante para su despliegue y bienestar durante toda la vida, que abarca tanto aspectos biológicos, como psicológicos, socioculturales, afectivos y éticos. Así, la ESI debería tener un lugar fundante y matricial en la educación de lxs niñxs desde el inicio de la vida, dado que propone pautas para la construcción de saberes y prácticas en torno al conocimiento y cuidado del propio cuerpo, que incluye tanto el sistema físico como el socio-afectivo, con el desarrollo de competencias y habilidades psicosociales y la construcción de vínculos saludables enmarcados en el respeto y el consentimiento; la identificación de situaciones/prácticas que generan malestar/incomodidad o podrían ser potencialmente de riesgo y aprender estrategias protectivas; es decir, se refiere a la adquisición de saberes y habilidades para desenvolverse en la vida social y enfrentar sus desafíos facilitando una visión de la sexualidad desde la autonomía, el placer y la responsabilidad.

En este punto, quizás es pertinente destacar que si bien la normativa establece la obligatoriedad de la ESI en los establecimientos educativos desde el nivel inicial, entendemos que su despliegue e implementación debiera estar presente desde los primeros momentos de vida y comprometer a todas las instituciones que acompañan y participan en el desarrollo de las niñeces: familia, centros de salud, centros barriales o comunitarios, espacios deportivos y/o de recreación, entre otros. Es decir, la ESI es un derecho de lxs niñxs y, por tanto, una responsabilidad y deber de todxs lxs actores sociales que promovemos el desarrollo de infancias.

¿Por qué hablamos de infancias y no de niñez?

Para pensar esta distinción entre infancia y niñez, resulta muy rico tomar una potente idea que nos regala Carlos Skliar -uno de los pensadores más exquisitos de nuestro tiempo- quien plantea que en los tiempos que corren, la niñez está perdiendo la posibilidad de hacerse infancia. Si bien comúnmente los solemos utilizar como sinónimos, este autor nos propone pensar que las niñeces no necesariamente acceden a la experiencia de infancia, planteada como tiempo y espacio de creación, como oportunidad de juego y exploración, de construcción de aprendizajes libres del apremio y vertiginosidad que signan el mundo actual organizado en torno a parámetros muy estrictos de rendimiento; de ardua preparación para un futuro competitivo y voraz que amenaza permanente con dejarnos afuera. Lxs niñxs, como grupo etáreo, tienen derecho a habitar la experiencia de la infancia y, para ello, somos las personas adultas quienes debemos hacernos eco de la necesidad de revisar(nos) y repensar qué imperativos, mensajes, propuestas de mundo y de vida estamos construyendo para la niñeces: qué mandatos transmitimos, qué imágenes les devolvemos sobre lo que esperamos de ellxs, con qué pesos lxs cargamos -tantas veces- en nombre de “su propio bien”. Por supuesto que, además de la distinción de infancia y niñez que estamos situando, no podemos dejar de mencionar la heterogeneidad de experiencias vitales que conforman a este grupo que -a las apuradas y de modo simplista- mencionamos como niñxs pero que, sin embargo, se encuentran atravesadxs por condiciones vitales profundamente diferentes y desiguales que terminan organizando proyectos vitales alrededor de la división entre inclusión/exclusión.

En este escenario, la propuesta de la ESI es entrar en la lógica de lo plural, visibilizar las desigualdades y vulneraciones que se imprimen sobre las niñeces y comprometernos como sociedad en la construcción de tramas que promuevan la creación de INFANCIAS, como espacios de libertad.

¿Cuáles son las claves para hablar de educación sexual con niñas y niños?

Como fuimos deslizando a lo largo de las preguntas anteriores, antes que un conjunto de saberes y prácticas cerrados, la ESI es una pedagogía de la pregunta, un modo de acercarnos y construir con otrxs donde el cuestionamiento y la reflexión no solo se permiten sino que promueven, junto con el tejido de conversaciones organizadas a partir de una actitud de respeto, escucha y disponibilidad. Aquí, cuando hablamos de escucha nos referimos a una instancia de atención franca y abierta para alojar aquello que recibimos, dejándonos interpelar y permitiéndonos agujerear nuestros esquemas adultocéntricos, es decir, evitando interpretar la sexualidad infantil desde la sexualidad adulta. En este sentido, resulta clave comenzar por nosotrxs mismxs, permitirnos identificar qué ideas/ sensaciones nos atraviesan en torno a nuestra propia sexualidad, qué temas nos preocupan o nos generan dudas/vergüenza/ temor; qué palabras nos cuestan nombrar, qué experiencias nos han atravesado para, desde ahí, permitirnos acompañar el desarrollo sexual de lxs niñxs desde lugares más genuinos, sabiendo que no se trata de tener todas las respuestas, sino de proponernos acompañar el desarrollo de nuevas preguntas.

En este punto, quizá resulte útil mencionar que si bien no existe una fórmula única para abordar la ESI, sí es importante que podamos expresarnos y hacer uso de un lenguaje adecuado a su etapa evolutiva, desacoplando modismos que disfrazan y brindando información de manera clara, sencilla y confiable (sin distorsiones). Uno de los temores más comunes de las personas adultas tiene que ver con el límite de la información, esto es, cuándo podría ser excesiva o hasta dónde es necesario profundizar y, lo cierto es que, si lo que promovemos son conversaciones -y no exposiciones-, podremos ir monitoreando cuáles son las inquietudes de lxs niñxs, qué ideas traen sobre los temas que aparecen, podremos repreguntar o devolverles las preguntas que nos hacen para conocer qué teorías armaron ellxs y, desde allí, ir complejizando o revisando la información. Para ello, podemos hacer uso de materiales (videos, canciones, libros, muñecos) que existen y que resultan muy ilustrativos para poder ir descubriendo junto con lxs niñxs ciertos saberes.

¿Cómo se puede escapar de los tabúes y del miedo a hablar del tema como adultes?

Consideramos fundamental poder trabajar y alojar las propias incomodidades, animarnos a no saber, a posicionarnos como aprendices, a conmover certezas y valores coagulados y, repensar a la luz de los intercambios con otrxs. La sexualidad, históricamente, ha estado cargada de mandatos, tabúes y estereotipos y todxs hemos sido criadxs, en mayor o menor medida, bajo estas premisas. Reconocer nuestras biografías e identificar modelos mentales es fundamental para que estos no se cuelen en cada gesto ínfimo que tenemos hacia lxs niños. La sexualidad es política, por eso está presente en cada narrativa familiar y educativa. Revisar esas narrativas es parte de nuestra tarea como adultxs, eso es actuar en clave de ESI.


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